Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación. (1 Pedro 1:18–19)
Un joven judío estaba atormentado porque no podía ofrecer los sacrificios de animales ordenados en la ley de Moisés. Se preguntaba: ¿Cómo podré limpiar mis pecados sin la sangre de animales sacrificados para apaciguar la ira de Dios? Esta pregunta esencial lo atormentó durante varios años. Una noche, recorriendo las calles de su ciudad, vio el anuncio de una reunión para judíos. Por curiosidad entró y se sentó. Justo en ese momento el predicador decía: «La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado» (1 Juan 1:7). El joven quedó impactado por tal declaración.
El mensaje de predicación continuó, y el predicador leyó las palabras de Juan el bautista: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29). El predicador siguió explicando que el Señor Jesús vino a la tierra con el fin de derramar su sangre para el perdón de los pecados. Esa misma noche el joven comprendió: «Finalmente, encontré la sangre que expía mis pecados y permite a Dios perdonarme». Y por la fe en Jesucristo, fue limpio de sus pecados y tuvo la certeza de ser perdonado por Dios.
En la medida que fue leyendo el Nuevo Testamento, el joven comprendió que la sangre de los sacrificios de animales ordenados por la ley de Moisés no podía quitar ni un solo pecado. Esas ofrendas solo anunciaban el sacrificio único y perfecto que Dios mismo dio por amor a nosotros: Jesucristo. Ya que únicamente la sangre del Señor Jesús es la única que puede purificarnos efectivamente de nuestros pecados. Y todo aquel que cree en el Hijo de Dios y en la eficacia de su sangre, recibe de Dios la certidumbre de ser librado del juicio que merecían sus pecados. Bien lo decía el apóstol Pablo a los romanos:
Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados. (Romanos 3:24–25)
Y usted, ¿ha sido lavado en la sangre de Cristo?
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