Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré. (Salmos 91:14–15)
Hudson Taylor, un misionero inglés del siglo XIX, dejó su país a la edad de 21 años para llevar el Evangelio a China. Este joven cristiano era consciente de que Jesús lo enviaba allá, y que debía contar con Él para todo. Fue lo que hizo durante el largo y peligroso viaje de cinco meses y medio en barco de vela que lo llevó a China en el año 1854. Mientras el velero navegaba por la costa de una isla, el viento cesó y una fuerte corriente lo arrastró hacia los arrecifes. Todos los esfuerzos para apartar el barco del peligro fracasaron. El capitán declaró: «Hemos hecho todo lo que podíamos. Nuestro destino parece estar sellado». «No —respondió Hudson, hay una cosa que no hemos hecho. Somos cuatro cristianos a bordo, pidamos al Señor que nos envíe viento». Después de un corto momento de oración, el joven volvió al puente y declaró que, después de su oración, el viento se iba a levantar y que era necesario desplegar las velas sin tardar. Despectivo, el oficial respondió que prefería sentir el viento a escuchar hablar de él. Pero muy pronto la punta de la gran vela se agitó, ¡sí, el viento se levantaba! Y después de una pesada maniobra, el velero se alejó de los arrecifes.
Hudson Taylor diría más tarde: «Así Dios me animó, hasta nuestro desembarque en las riberas de China, a presentarle cada necesidad específica mediante la oración, y a contar con su ayuda cada vez que una situación urgente lo exigía». Nuestro problema como creyentes es la falta de fe, nos olvidamos que su Palabra nos dice: «La oración eficaz del justo puede mucho» (Santiago 5:16). Y en esta misma epístola dice: «Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor» (Santiago 1:6–7).
Reitero, nuestro problema es nuestra falta de fe, y debido a esto es que Dios no actúa más libremente en nuestras vidas. Pero recordemos, mis hermanos, que Dios nos dice que: «sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11:6). Si carecemos de esta, pidámosla a Dios, para que de esta forma podamos agradar a nuestro Dios siguiendo los pasos de su Hijo Jesucristo.
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