Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída, la altivez de espíritu. Mejor es humillar el espíritu con los humildes que repartir despojos con los soberbios. (Proverbios 16:18–19)
Esopo, el escritor griego, escribió la siguiente fábula: Cansada la tortuga de arrastrarse siempre por el suelo, le rogó al águila que la levantase en el aire lo más posible. El águila, para complacerla, la asió entre sus garras y la levantó hasta más arriba de las nubes. Entonces la tortuga exclamó, henchida de vanidad:
—¡Qué despreciables me parecen ahora todos los animales de la tierra! ¡Con cuánta envidia me han de mirar!
Enojada el águila por aquella vanidosa presunción, soltó de entre sus garras a la tortuga, que fue a dar contra unas peñas y se hizo pedazos.
Los que se engríen cuando la buena fortuna los levanta a muy alta posición, están en peligro de caerse y matarse.
La soberbia, entendiéndola como un deseo y pretensión de superioridad sobre los demás, junto con un rechazo de sometimiento a Dios. Básicamente, es una pretensión de autosuficiencia y autoexaltación. Es lo opuesto a la humildad. La característica más importante del soberbio es que no reconoce su dependencia como criatura de su Creador, al sentirse autosuficiente. La misma actitud tiene para con sus semejantes. Este fue el primer pecado cometido, ya que fue el pecado de Satanás cuando estaba en el cielo (Ezequiel 28:17). Además, fue lo que movió a Eva —y a Adán— a pecar, desobedeciendo a Dios en Edén (Génesis 3:1–6).
La soberbia nos hace pensar de nosotros locamente, puesto que su Palabra nos llama a pensar de nosotros mismos con cordura (Romanos 12:3). Este pecado nos lleva a ponernos siempre en primer lugar, esto incluye a Dios. La soberbia nos arrastra a darnos mayor importancia que al resto, llevándonos, incluso, a despreciar a otros. Sin embargo, su Palabra es clara cuando nos dice:
Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. (Santiago 4:6)
Y así como la tortuga que fue lanzada desde lo alto, y tal como menciona la Biblia, la soberbia únicamente nos conduce a la ruina espiritual. Y lo peor es que ninguno está libre de ella, de ahí que debamos pedirle a Dios que nos mantenga limpios de tal rebelión (Salmos 19:13).
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