Los labios mentirosos son abominación a Jehová; pero los que hacen verdad son su contentamiento. (Proverbios 12:22)
Un cristiano escribió lo siguiente: «A medida que los niños crecen, los que somos padres o líderes, oramos para que aprendan a distinguir cada vez más entre lo bueno y lo malo. Pero ¡prepárate! A la larga estos niños compararán nuestras acciones con nuestras palabras. Si lo que hacemos no concuerda con lo que decimos, se van a confundir, y no van a saber por qué guiarse, su por nuestras acciones o por nuestras palabras».
Pablo, en la segunda carta a Timoteo, dijo con honestidad: «Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia» (2 Timoteo 1:3). En otras palabras, las acciones del apóstol concordaban con sus palabras. Luego, describió la fe de Timoteo como una fe «no fingida», y destacó su herencia espiritual, recibida primeramente de su abuela Loida y también de su madre Eunice (V5). ¿Cuál fue el consejo del apóstol?
Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. (2 Timoteo 3:14–15)
Mis hermanos, aquellos creyentes cuyas acciones son coherentes con sus palabras, y con la fe que profesan con sus labios, pueden influenciar generaciones enteras para Cristo. Y el llamado de Dios es a que actuemos conforme a lo que pregonamos, especialmente en lo que se relaciona con su Palabra. Por ejemplo, nos dice: «Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad» (1 Juan 3:18).
La pregunta es: ¿Concuerdan nuestras palabras con nuestras acciones?
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