Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado. (Romanos 3:20)
Hernán aprovechaba las numerosas oportunidades que se le presentaban para hablar a Juan , un colega suyo, acerca de sus convicciones con el fin de animarle a aceptar a Jesús como su salvador personal. Un poco molesto por esa insistencia, Juan terminó por decirle lo siguiente:
—Siempre me hablas de un salvador, pero yo no necesito que alguien pague por mí. Si hice algo mal, y si hay un Dios, yo mismo responderé por mis hechos delante de Él.
—De acuerdo, ¡pero cuidado! En Francia serías juzgado según el derecho francés; en Japón, lo serías según el derecho japonés; pero delante de Dios serás juzgado según el derecho de Él. ¿Y qué dice ese derecho?
Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. (Santiago 2:10)
«Por ejemplo, —Dijo Hernán— ¿quién se atrevería a decir que ha amado a su prójimo como a sí mismo? Entonces Juan guardó silencio. Más tarde, ese mismo día, Juan volvió a hablar con Hernán después del trabajo, pues quedó profundamente preocupado por la respuesta de su colega. Luego de esa conversación Juan buscaba poder conversar con Hernán cada día. Finalmente, después de algunas semanas, Juan por fin fue a los pies de Jesús en busca de salvación para su alma; y pudo comprender el verdadero significado de la obra del Señor Jesús en la cruz del Calvario.
¿Está usted dispuesto a comparecer delante de Dios y enfrentarse a su justicia sin tener un abogado? Porque solo quienes han creído en el Señor Jesús como su salvador personal tienen un abogado que los defiende delante del divino juez:
Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. (1 Juan 2:1)
Vuelvo a preguntar: ¿enfrentará aquel día sin una defensa competente que le pueda librar de la condenación eterna?