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El amor de Dios



Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (Romanos 5:8)


Dios nos ama, pero no porque lo merezcamos, sino porque Él es amor (1 Juan 4:8). Su amor no depende de lo que hayamos hecho, porque su amor no está atado a nuestros actos, sino a su infinita misericordia. El versículo más conocido de la Biblia dice:


Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (Juan 3:16–17)


Una y otra vez en las Escrituras se nos dice cómo Dios nos amó. El amor no es como el mundo lo muestra, porque en su Palabra se nos dice en qué consiste: «En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados» (1 Juan 4:9–10).


La verdad es que no existe nada en este mundo que pueda compararse al amor que Dios nos ofrece; además es mayor que cualquier de los que conocemos en el mundo, ya que nosotros amamos a quienes nos aman, ya sean estos amigos, familia, pareja; mientras que Dios amó a sus enemigos. Su Palabra nos dice: «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo» (Romanos 5:10).


El amor de Dios no podemos compararlo con el sacrificio de un capitán que naufraga con su navío, ni al amor de una madre que muere para salvar a su hijo. Tampoco ninguna de las religiones se puede comparar, ni siquiera un ápice, al amor que el Señor Jesús mostró en la cruz del Calvario. Aquel amor es absoluto y gloriosamente único.


Asimismo, no hay nada en este mundo que sea tan vasto como el amor de Dios por sus criaturas pecadoras. Todos podemos disfrutar de tal amor, basta con que creamos en el Hijo de Dios como el salvador de nuestras vidas.


Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. (Jeremías 31:3)


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