Mirad entre las naciones, y ved, y asombraos; porque haré una obra en vuestros días, que aun cuando se os contare, no la creeréis. (Habacuc 1:5)
Cuando el año 1999 se acercaba a su fin, se recordaron a grandes líderes del siglo XX, entre ellos al primer ministro Winston Churchill y al presidente Franklin Roosevelt. Durante la Segunda Guerra Mundial, estos hombres dirigieron a Inglaterra y a los Estados Unidos —respectivamente— en contra del nazismo y el fascismo.
Lo interesante de estos hombres, es que ambos casi pierden la vida años antes de que comenzara la guerra. En diciembre de 1931, a Churchill lo atropelló un automóvil mientras cruzaba la quinta avenida en Nueva York. Mientras que en 1933, en Miami, a Roosevelt casi lo alcanza la bala de un asesino, el cual mató a un hombre que estaba junto a él. Ambos líderes pudieron haber muerto, sin embargo, sobrevivieron. ¿Por qué? Porque era la voluntad de Dios que estos hombres vivieran para que pudieran dirigir a sus respectivas naciones a la victoria sobre el enemigo.
La Biblia enseña que Dios es quien hace que las naciones y sus líderes surjan y caigan (Daniel 2:21; 4:32–35; 5:21), y es Él quien pone a las autoridades: «Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas» (Romanos 13:1). Esto se nos olvida a veces y nos quejamos de lo que pasa, a veces hasta cuestionamos la voluntad de Dios. Por ejemplo, cuando el profeta Habacuc se quejó de que no parecía correcto que Dios usara a la malvada Babilonia para disciplinar a Israel, el Señor aseguró al profeta que eso no significaba que el mal triunfaría (Habacuc 1:12–17). Pero el profeta se olvidó que Dios seguía teniendo control y un día iba a ejecutar la justicia perfecta (Habacuc 2:13–14).
Nosotros también podemos estar seguros de que nuestros tiempos están en manos de Dios. Pase lo que pase en este mundo, ¡Dios sigue reinando! Nunca lo olvidemos.