Porque este es un pueblo rebelde, hijos falsos, hijos que no quieren escuchar la instrucción del Señor. (Isaías 30.9 LBLA)
Cuando leemos la historia del pueblo de Israel, vemos que desde siempre fue un pueblo rebelde a los mandamientos de Dios. Aunque claro, habían período de obediencia, seguidos por períodos de desobediencia, siendo estos últimos los más predominantes. Tanta era su rebeldía que Dios dijo:
Extendí mis manos todo el día hacia un pueblo rebelde, que anda por el camino que no es bueno, en pos de sus pensamientos; un pueblo que de continuo me provoca en mi propio rostro. (Isaías 65.2–3a LBLA)
Y el apóstol Pablo, hablándole a los corintios acerca del mal ejemplo de Israel, dice:
Estas cosas les sucedieron como ejemplo, y fueron escritas como enseñanza para nosotros, para quienes ha llegado el fin de los siglos. (1 Corintios 10.11 LBLA)
Claro, muchos verán a Israel y dirán: “Qué pueblo más rebelde”; pero ¿acaso no somos nosotros iguales a ellos? Digo, porque si alguien se cree mejor que el pueblo de Israel, se equivoca ¿o acaso jamás pecamos contra Dios haciendo nuestra voluntad por sobre la de Él? Por ejemplo, quién de nosotros cumple a cabalidad estos dos mandamientos:
Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos. (Marcos 12:30–31)
Claro, no faltará quien diga que estamos en la gracia y que los mandamientos son de la ley del Antiguo Testamento y que eso ya pasó. Dicho que está absolutamente errado, ya que el apóstol Juan en su primera carta nos dice lo siguiente:
Y en esto sabemos que hemos llegado a conocerle: si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo he llegado a conocerle, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él; El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo. (1 Juan 2.3–4 y 6 LBLA)
Mis hermanos, somos rebeldes por naturaleza, porque nuestra carne se rebela contra Dios a cada momento, pues no puede sujetarse a las leyes divinas (Ro. 8.7); y, lamentablemente, nos estamos dejando manejar por nuestra carne, en vez de vivir por el Espíritu (Ro. 8.4; Ga. 5.16). Estamos deseando el mundo y lo que nos ofrece, en vez de desear las cosas celestiales. No podemos vivir en rebeldía, pues eso no le agrada a Dios, sino que Él desea que seamos obedientes como su Hijo Jesucristo en quien tenía toda complacencia (Mt. 3.17); porque recordemos que nosotros somos llamados a imitarle a Él (Ef. 5.1).
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