Cristo, el centro de todo

Versión en video: https://youtu.be/NHuYp7z3YP8

Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén. (Romanos 11:36)

Vivimos en una época en la que, sin darnos cuenta, los cristianos hemos desplazado del centro al Señor Jesús y nos hemos puesto a nosotros mismos en su lugar. Este cambio sutil, pero devastador se nota con claridad, especialmente en nuestra adoración. Lo que antes era un altar donde se exaltaba la grandeza de Dios, hoy muchas veces se ha convertido en un escenario donde el hombre es el protagonista.

Las canciones que entonamos en nuestras reuniones reflejan muchas veces más nuestros deseos, emociones, luchas y sueños, que la majestad, santidad y soberanía del Señor. La adoración ha pasado de ser una ofrenda vertical, dirigida a Dios, a ser una experiencia horizontal, centrada en cómo nos sentimos y lo que queremos que Dios haga por nosotros. Sin darnos cuenta, hemos convertido la adoración en un espejo donde buscamos vernos mejor, y no en una ventana abierta hacia la gloria de aquel que es digno.

Pero las Escrituras son claras: Cristo es el centro de todo. No fuimos creados para exaltar nuestra imagen, sino para reflejar la suya. No existimos para buscar nuestra felicidad, sino para glorificar a Dios. La vida cristiana no comienza, ni continúa, ni termina con nosotros, sino con Él, tal como dice el versículo del encabezado.

Esto también nos confronta a nivel personal. ¿Cuántas veces oramos pensando solo en nuestros planes? ¿Cuántas veces servimos buscando reconocimiento? ¿Cuántas veces cantamos buscando emociones y no reverencia? Cuando el corazón no está centrado en Dios, todo se desordena.

La verdadera adoración nace cuando el “yo” ha muerto y Cristo reina. Cuando entendemos que todo fue hecho por medio de Él y para Él (Colosenses 1:16), entonces la gloria vuelve a su lugar: a los pies del Cordero que fue inmolado.

Mis hermanos, ¿quién es el centro de nuestras canciones, oraciones, sueños y anhelos?