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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Consecuencias de no esperar en Dios



Cuando no esperamos ni los tiempos, ni la voluntad de Dios, sino que tomamos nuestras propias decisiones y hacemos lo que a nosotros nos parece bien, siempre cometeremos errores. A veces, hemos orado a Dios, Él nos ha dado una respuesta y nos toca esperar sus tiempos, pero nosotros, al ser impacientes, tratamos de apurar el paso para que Dios obre a “nuestro ritmo” con terribles consecuencias. Veamos un ejemplo de esto. Dios le prometió a Abraham que le daría un hijo de Sara, pero no le dijo cuando. Pero Sara, al ver que Dios “tardaba” en cumplir su promesa, tomó las riendas de la situación:


Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y ella tenía una sierva egipcia, que se llamaba Agar. Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella. Y atendió Abram al ruego de Sarai. (Génesis 16.1-2 RVR60)


¿Por qué Sarai hace esta petición tan “extraña” a Abram? Pues bien, en la pagana Ur de los caldeos -desde donde Dios llamó a Abram y su familia- se regían por las leyes de Nuzi y el código de Hammurabi, las que decían que si la esposa no podía concebir, el hijo de una criada podía ser reconocido como el legítimo heredero. Y si leemos el relato completo, podremos ver cómo este hijo no prometido por Dios, les causó problemas, no solo a Sara, sino al pueblo de Israel hasta el día de hoy, ya que los descendientes de Ismael son enemigos de Israel hasta el día de hoy.


Hermanos, nosotros no podemos apurar los tiempos de Dios, no importa cuánto lo intentemos, Él nunca someterá su voluntad a la nuestra. Esto nos los deja claro su palabra:


Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. (Isaías 55.9 RVR60)


Tanto Sarai como Abram tomaron malas decisiones; no obstante, ¿qué espera Dios hoy de nosotros respecto de su voluntad y el esperar sus tiempos? El Señor Jesús dijo:


Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. (Juan 15.7 RVR60)


En el versículo de recién vemos dos condiciones que nos pone el Señor para pedir y recibir: (1) Permanecer en Cristo. (2) Sus palabras permanezcan en nosotros. Para ambos casos la palabra usada en el original griego es ménō (μένω); que en este caso particular del versículo significa estar y permanecer unidos con Él, siendo uno con Él en corazón, mente y voluntad. Por eso en Santiago encontramos el siguiente versículo:


Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. (Santiago 4.3 RVR60)


Entonces, para conocer la voluntad de Dios debemos escudriñar las escrituras, obedecerlas, ser imitadores del Señor Jesús y esperar pacientemente en los términos de Dios; además de orar de forma correcta, no pidiendo lo que nosotros queremos o para nuestros propios deleites, sino lo que Dios quiere de nosotros, diciendo como el Señor: “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22.42). De este modo no equivocaremos nuestros caminos en la vida cristiana.


Ay de los hijos rebeldes—declara el Señor— que ejecutan planes, pero no los míos, y hacen alianza, pero no según mi Espíritu, para añadir pecado sobre pecado! Los que descienden a Egipto sin consultarme, para refugiarse al amparo de Faraón, y buscar abrigo a la sombra de Egipto. (Isaías 30:1-2 LBLA)


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