¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra? (Jeremías 23:24)
Imagínate que estás de vacaciones en un país extranjero y de pronto te das cuenta de que te están siguiendo. Todos tus movimientos están siendo vigilados. Alguien escucha todas tus conversaciones. Hay grabadoras ocultas en tu cuarto de hotel y las mesas del restaurante están electrónicamente arregladas para escuchar cada una de tus palabras. Lo mismo pasa con tu teléfono móvil, el cual está intervenido para mostrar todo lo que haces en él. Es como en todo momento alguien quisiera saber lo que haces, lo que dices, lo que piensas y lo que planeas. Estás bajo el constante escrutinio de otra persona, y parece que no hay lugar donde esconderse.
Afortunadamente, la mayoría de nosotros no sabe lo que es vivir bajo esa clase de vigilancia. Sin embargo, en la realidad, vivimos cada momento del día bajo los ojos del Señor, tal como dice su Palabra: «Jehová está en su santo templo; Jehová tiene en el cielo su trono; sus ojos ven, sus párpados examinan a los hijos de los hombres» (Salmos 11:4). Él, ve todo lo que hacemos, escucha todo lo que decimos y sabe todo lo que pensamos, ya que es omnisciente, es decir, lo sabe todo.
Esto tiene dos lados, uno positivo y otro «negativo». Me explico, para los que amamos al Señor y confiamos en Él, que Dios sea omnisciente, es una verdad imponente y al mismo tiempo consoladora, puesto que Él nos está cuidando sin que nada se escape de su escrutinio. Por el contrario, el lado «negativo», sería que Dios está presente y conoce cada uno de nuestros pecados. Cuando pensamos que nadie nos ve, cuando pecamos en «lo oculto», lo hacemos delante de los hombres, pero no de Dios. Con respecto a esto último, es importante que le pidamos a Dios que nos haga conscientes siempre de su presencia. Esto no tiene por qué ser malo, sino todo lo contrario.
Recuerdo que cuando era niño, había en la iglesia una hermana ya anciana, la cual nunca se casó ni tuvo hijos, por lo cual vivía sola. Pero ella, cada vez que almorzaba, le ponía un lugar en su mesa al Señor. Ella no solo era consciente de la presencia de su Señor, sino que se deleitaba en ello. Creo que así deberíamos sentirnos frente a la omnisciencia de nuestro Dios.
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