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Atento a escucharnos



Esperé al Señor, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. (Salmo 40:1)


Todos estábamos a la mesa esa noche, felices de volver a encontrarnos. Pero de repente nuestra pequeña Camila necesitó decir algo a su papá. Haló suavemente la manga de su camisa; él se inclinó para ponerse a su nivel. Ella puso su mano ahuecada en su boca y susurró algunas palabras al oído de su padre. Él escuchó con atención y luego le murmuró algo al oído. Este intercambio discreto entre padre e hija no distrajo a nadie y pasó desapercibido. ¡Camila está tan feliz de tener un padre siempre dispuesto a escucharla!


La actitud natural de ese padre, inclinándose hacia su hija para escuchar lo que ella quería decirle, ilustra la expresión del Salmo 86:1, que dice: «Inclina, oh Señor, tu oído, y escúchame, porque estoy afligido y menesteroso». Expresión que a menudo se repite en la Biblia. Esto es, porque Dios está atento a la voz de sus hijos, pues oye hasta el más leve suspiro. En el mismo libro de Salmos nos dice acerca de esta verdad: «Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos» (Salmos 34:15). Por eso es que el Señor Jesús dijo antes de resucitar a Lázaro: «Yo sabía que siempre me oyes» (Juan 11:42).


Mis hermanos, Dios es nuestro Padre y, por tanto, Él nos escucha; así que clamemos al gran Dios de los cielos, y contémosle nuestras preocupaciones cotidianas. No temamos hablarle de nuestros «pequeños asuntos». Pero una vez que hayamos expresado todo lo que nos preocupa, prestemos oído para escuchar su respuesta. Esta puede ser inmediata, concreta, dada mediante una intervención de Dios mismo en las circunstancias de nuestra vida. Pero también podrá ser aplazada, porque Dios sabe exactamente qué necesitamos y cuándo lo necesitamos. Dios responderá, de una manera u otra, y nosotros seremos colmados.


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