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Amor incomparable



En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. (1 Juan 4:10)


Cuando el misionero explorador, Federico Arnot, iba por una senda a través de la alta hierba en África junto a un grupo de nuevos creyentes locales, un león atacó repentinamente a uno de los jóvenes. Arnot empujó al joven a un lado y lo cubrió con su propio cuerpo. El animal puso sus patas exactamente sobre el misionero, pero por alguna razón inexplicable, el león no atacó al siervo de Dios y se retiró sin causar mal a nadie. Cuando el jefe de la tribu oyó acerca de este incidente dijo:

—Yo voy a cualquier parte con un hombre blanco que pone su cuerpo entre un león y su amigo negro.


Esta acción del misionero ilustra lo que nuestro Señor hizo en la cruz del Calvario: Él se puso en medio y nos cubrió para que no recibiésemos la ira de Dios debida a nuestro pecado. Esta fue la máxima expresión del amor de Dios por sus criaturas, puesto que dice:


Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (Romanos 5:8)


Uno de los rasgos más maravillosos —e incomprensibles para nosotros— del amor de Dios, es que nos amó (y ama) a pesar de cómo somos. Por ejemplo, tenemos por naturaleza un corazón «engañoso, más que todas las cosas, y perverso» (Jeremías 17:9), sin embargo, y a pesar de conocer aquel corazón, en vez de castigarnos, nos perdona, y en vez de destruirnos, nos ama, habiéndolo manifestado a través de su Hijo Jesucristo. Hermanos, hoy es un día de recordar la majestuosa obra de Cristo, de alabar a nuestro salvador, a nuestro ungido. Así que, digamos como el salmista:


Alabad, siervos de Jehová, alabad el nombre de Jehová. Sea el nombre de Jehová bendito desde ahora y para siempre. Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, sea alabado el nombre de Jehová. Excelso sobre todas las naciones es Jehová, sobre los cielos su gloria. Él levanta del polvo al pobre, y al menesteroso alza del muladar, para hacerlos sentar con los príncipes, con los príncipes de su pueblo. (Salmos 113:1–4, 7–8)


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