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Aguijones de amor



Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera. (2 Corintios 12:7).


Un hombre llamado tío Zeke, no podía admitir cuando estaba equivocado, ¡no importa lo que fuese! Un día, iba caminando por la calle y llegó al taller del herrero, y halló que había aserrín por todo el piso. Lo que no sabía era que apenas momentos antes de que llegara, el herrero había estado trabajando con una herradura rebelde y la martilló hasta que quedó negra. Aún estaba caliente, pero como la herradura no quería cooperar, la tiró al suelo sobre el aserrín. Zeke entró, miró al suelo abajo y vio la herradura. La recogió sin saber que aún estaba caliente. Naturalmente, lo dejó caer al instante. El viejo herrero miró por encima de sus lentes, y le dijo: —Un poco caliente, ¿verdad, Zeke? ¿Saben lo que dijo Zeke? —No; es que no necesito mucho tiempo para examinar una herradura.


Al apóstol Pablo, Dios le había dado, lo que él mismo llamó, «un aguijón en la carne», ¿con qué finalidad? Para que no se enorgulleciera de lo que Dios le había permitido ver. Dios actúa de la misma manera en la vida de cada uno de sus hijos, pero depende de cada uno de nosotros la forma en cómo recibimos esos «aguijones de amor». Generalmente, somos bastante porfiados y no reconocemos que son para nuestro bien. Un ejemplo de esto es cuando llegamos a una cierta edad en la que Dios nos da una limitante física, sin embargo, en vez de aceptarla, tozudamente, insistimos en que podemos seguir haciendo las mismas cosas que antes hacíamos, de la misma forma en cómo la hacíamos cuando éramos más jóvenes.


Mis hermanos, hay sabiduría en aceptar y aprender a vivir con las limitaciones que Dios nos va poniendo, puesto que es una forma de enseñarnos humildad, y conformarse a ello, implica mansedumbre y paciencia de nuestra parte, entendiendo que lo que Dios nos ha dado, es parte de su propósito para nosotros, uno lleno de amor (Jeremías 29:11). Pero cuando somos rebeldes a lo que Dios hace en nosotros, solo mostramos nuestra soberbia de no querer conformarnos a su voluntad. Así que, dejemos la rebeldía y aprendamos a aceptar sus «aguijones de amor», que pone en nuestros cuerpos, los cuales son para nuestro bien.

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