Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. (Santiago 1:2–3)
Un visitante pasaba por el recinto de una gran factoría de cerámica, cuando notó a una chica que estaba decorando un vaso delicado, pintando en él una hermosa flor. Estuvo un rato mirándola con interés mientras se inclinaba sobre el vaso, trabajando con esmero, concentrando su atención en cada pincelada y mezclando los colores con el cuidado de un artista.
—Esta clase de trabajo es muy lento —le dijo a la muchacha.
—Sí —le contestó ella, mirando al visitante—, muy lento.
—Después que has pasado tanto tiempo trabajando en este punto, si yo lo tocara con un dedo lo echaría a perder todo. Pero ¿cómo consiguen que el dibujo se quede fijo?
—Cuando yo he terminado mi tarea, viene el encargado y lo pone dentro del horno. Después que ha pasado por el fuego no hay manera de borrarlo. El dibujo y todos los colores se quedan fijos de modo indeleble. Durarán en tanto que dure el vaso.
Algunas veces los cristianos se quejan de que pasan por alguna prueba muy penosa y desean poder verse libres de ella. Pero el Artífice (Dios), que está interesado en que cada uno de sus hijos posea un hermoso carácter, sabe que no hay otra manera de conseguirlo. Sabe también que cuando hemos pasado por el fuego, la hermosa inscripción del cielo queda indeleblemente estampada en nuestros caracteres, lo único permanente que poseemos (1 Pedro 1:7).
Las palabras de esta ilustración no son sencillas de entender, sobre todo cuando estamos pasando por la prueba en sí. No obstante, tal como dice el verso del encabezado: «tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas». ¿Por qué? Por la sencilla razón de que Dios se está tomando el tiempo de trabajar en nuestras vidas, con el fin de moldearnos a la imagen de su Hijo. ¿No es esto motivo de gozo?
Esto es lo que muchas veces olvidamos de la prueba, el hecho de que a pesar de ser polvo, el Dios de la gloria se toma el tiempo de trabajar en nuestras vidas de manera única y personal. Aprendamos a confiar en la sabiduría de nuestro buen Dios, y descansemos en sus promesas.
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