No hay hombre que tenga potestad sobre el espíritu para retener el espíritu, ni potestad sobre el día de la muerte; y no valen armas en tal guerra, ni la impiedad librará al que la posee. (Eclesiastés 8:8 RVR60)
En algunos países la esperanza de vida ha ido en aumento con el paso de los años. Sin embargo, sabemos muy bien que la vida humana pende de un hilo invisible y misterioso, y que las protecciones más sofisticadas parecen ridículos escudos de papel colocados ante un cataclismo natural. Esto es, porque es claro, que la muerte es inevitable. Tenemos un tiempo limitado para vivir sobre esta tierra, pero ¿y después qué? Las teorías del ser humano son variadas: Reencarnación, purgatorio, la nada, el paraíso, etc.
Si la reencarnación existiera, tal vez tendríamos la oportunidad de vivir de una manera diferente. Ahora, si pudiéramos ser limpiados de nuestros propios pecados en el purgatorio tras haber muerto, podríamos vivir en esta tierra sin preocuparnos de nada. Y si la muerte condujera a la nada, entonces, podríamos decir sin temor alguno: «comamos y bebamos, porque mañana moriremos» (1 Corintios 15:32 RVR60).
Pero ¿qué dice la Biblia al respecto? Ella nos habla con una autoridad y sencillez que derriba todos nuestros: «Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (Hebreos 9:27 RVR60). No obstante, nos dice cómo podemos escapar de este juicio que nos espera al morir:
De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. (Juan 5:24 RVR60)
Tras arrepentirse de los pecados y creer en el Señor Jesús como el salvador personal de uno, lo que nos espera al morir no es otro lugar sino el cielo en donde habita Dios. Porque para aquellos que han creído en el Señor Jesús, la promesa es esta:
En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. (Juan 14:2–3 RVR60)
Entonces, ¿quiere ir al cielo cuando muera? Crea en el Señor Jesús como el salvador de su vida, y al partir de este mundo irá directamente allí.
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