Dijo el Señor Jesús: No recibo gloria de los hombres. (Juan 5:41)
En el evangelio de Juan, nuestro Señor Jesús hace esta declaración contundente: No recibo gloria de los hombres. Este versículo nos recuerda la pureza y la integridad del propósito de Cristo durante su ministerio terrenal. Su misión no se centró en buscar la aprobación o el reconocimiento de la humanidad, sino en cumplir la voluntad del Padre celestial. Este ejemplo nos desafía a examinar nuestras propias vidas y nuestras motivaciones más profundas.
Como cristianos, a menudo nos encontramos atrapados en la búsqueda de la aprobación y el reconocimiento de las personas que nos rodean. Ya sea en nuestro lugar de trabajo, en nuestras relaciones personales o incluso en nuestras actividades dentro de la iglesia, el deseo de ser apreciados y valorados por los demás puede infiltrarse en nuestras intenciones. Sin embargo, este versículo nos invita a reorientar nuestro enfoque.
El apóstol Pablo nos exhorta en 1 Corintios 10:31, diciendo: «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios». Este versículo encapsula la esencia de vivir una vida centrada en Dios. Cada acción, por insignificante que parezca, debe ser una ofrenda de adoración a nuestro Creador. Cuando alineamos nuestras vidas con este principio, encontramos un propósito mayor y una satisfacción que trasciende la efímera gloria humana.
Para aplicar esta verdad en nuestra vida diaria, debemos hacer una autoevaluación sincera: ¿Qué motiva nuestras acciones? ¿Estamos buscando la aprobación de los demás o estamos viviendo para agradar a Dios?
Mis hermanos, pidamos a nuestro Dios que nos ayude a vivir una vida que busque su gloria en todo momento. Pidamos perdón sincero por las veces en que hemos buscado la aprobación de los hombres más que la de Él. Y roguemos para que cada acción, palabra y pensamiento sea una ofrenda de adoración a nuestro bendito Dios.
… y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya. (Isaías 61:3)
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