¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria. (Apocalipsis 19:6–7 RVR60)
Sí, Señor, que venga tu reino (Mateo 6:10). Esta oración surge espontáneamente de nuestros corazones cuando oímos hablar de guerras, de sufrimientos y opresión. ¡Deseamos que llegue el reino de Dios, el cual traerá justicia, verdadera paz y prosperidad!
No obstante, no nos equivoquemos, esto no ocurrirá antes de que sea juzgado la actual rebelión de la humanidad contra Dios. Entonces, ¿esto quiere decir que esta oración solo es válida para el futuro? No, pues ya tiene un alcance en el presente. Aquel que se somete a Cristo entra desde ese momento en una nueva esfera moral: el reino de Dios. Goza de sus bendiciones: «justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo».
¡Entrar en el reino de Dios es renunciar a nuestra propia independencia! Es un paso difícil de tomar, porque la autoridad del Señor rompe en mil pedazos el trono de nuestro «yo», quebrando así nuestro tenaz deseo de gobernarnos sin Dios. Este hecho tiene consecuencias visibles en nuestra vida, pues en lugar de vivir para nosotros mismos, siempre insatisfechos, somos felices viviendo para el Señor Jesús. No estamos más inquietos, ya que Él dirige nuestra vida con sabiduría y amor.
Hermanos, ¿deseamos que el Señor nos guíe? ¿Se lo pedimos cada día? Entonces su Espíritu nos dará a conocer y hará que amemos las santas leyes del reino de Dios que contiene su Palabra y nos hará capaces de ponerlas en práctica.
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