Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento. (Salmos 23:4)
Era una noche moralmente oscura en Babilonia, más oscura que nuestro lugar de trabajo, escuela o comunidad. El rey Belsasar había blasfemado voluntariamente a Dios, profanando los vasos sagrados que fueron llevados a Babilonia desde el templo de Jerusalén, después de esta fue conquistada por Nabucodonosor. Pero había llegado el momento de que Babilonia y Belsasar enfrentaran el juicio de Dios. El dedo acusador de Dios escribió los cargos y la sentencia divina (Daniel 5:24–28).
Sin embargo, en medio de esa tremenda oscuridad, brilló la luz de un solo testigo: el profeta Daniel. Debido a su reputación que tenía de ser hombre con «el espíritu de los dioses santos» (Daniel 5:11), Daniel fue llamado para que interpretara el místico mensaje de la pared.
Humanamente hablando, Daniel pudo haber suavizado la advertencia de Dios para darle el significado que el rey y su corte hubieran querido escuchar. También pudo haber omitido la parte sobre el juicio y la muerte. Pero en vez de cambiar el mensaje para agradar al rey, Daniel permaneció fiel para agradar a Dios y no a los hombres. Tal como dijo el apóstol Pedro y los demás apóstoles delante del sanedrín: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hechos 5:29). El profeta, de pie y solo ante Belsasar y sus borrados cortesanos, dijo la verdad de Dios osadamente.
Daniel necesitó un tremendo coraje para hacer lo que hizo, esto se debía a que la amenaza de un rey terrenal no se comparaba con su lealtad y temor al Rey del cielo. En otras palabras, el profeta Daniel temía poco o nada a Belsasar, ya que temía mucho más a Dios. Esto fue lo que nos enseñó el Señor cuando estuvo en la tierra:
Mas os digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed. (Lucas 12:4–5)
Mis hermanos, pidamos a Dios que nos dé la misma perspectiva celestial que tuvo Daniel, para que así temamos a Dios y no a los hombres, y de esta forma, nosotros también descubriremos que Dios nos da el valor para quedarnos solos.
Kommentare