Yo buscaré la perdida (oveja), y haré volver al redil la descarriada; vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil. (Ezequiel 34:16)
Stephen, un niño africano que fue abandonado por su madre y maltratado por sus familiares, se crió en la calle. Después de un fallido intento de suicidio, ingresó en una organización terrorista. Se le enseñó a odiar, a manejar armas, y se le confió la misión de sembrar el terror en la población civil.
La ocasión para escuchar acerca de Dios se le presentó cuando una misión cristiana organizó unas reuniones. Aunque el propósito de Stephen era lanzar algunas granadas al público. Para lo cual se mezcló entre la gente. El predicador habló con convicción acerca del pecado, señalando con el dedo al auditorio. Atónito, Stephen, creyó que se refería a él. ¿Cómo era posible que aquel hombre a quien jamás había visto conociera su vida? Tras hablar del pecado, el predicador comenzó a hablar acerca de la gracia de Dios, de su amor por sus criaturas y de su poder para transformar vidas.
Stephen estaba tan impactado que olvidó su misión de sembrar el pánico. Es más, quedó tan conmovido con el mensaje escuchado que al finalizar la predicación se acercó al predicador y le contó su vida. Entonces el predicador le leyó una promesa de la Biblia:
Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá. (Salmos 27:10)
En ese momento, Stephen, comprendió que el amor de aquel Dios que lo amaba, aún cuando él no le conocía, podía cambiar su vida, decidió dar el paso de fe, al creer en el Señor Jesús. Luego relató: «Por primera vez en mi vida me arrodillé para acercarme a Dios. Por fin había comprendido que Dios me amaba y me esperaba. En aquella oración clamé diciendo: ¡Dios, no sé nada ni soy nadie! Mis padres no quieren saber nada de mí. Tómame, por favor. Me arrepiento del mal que hice. Jesús, perdóname, te lo pido». Y agregó: «Inmediatamente tuve la impresión de haber sido liberado de un gran peso. Aquel alivio era una paz que inundó toda mi alma y llenó mi corazón. Por fin conocí el amor de un padre… Dios.
El poder de Dios para cambiar vidas aún está vigente hoy en día y puede cambiar la suya, solo debe estar dispuesto a arrepentirse de sus pecados y creer en el Señor Jesús. Bien dijo Él: «Y al que a mí viene, no le echo fuera» (Juan 6:37).
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