¿Quién es aquel que se atreve a acercarse a mí? Dice el Señor. (Jeremías 30:21)
Desde la antigua Persia y en diferentes épocas, dos siervos de Dios fueron enviados a Jerusalén, e hicieron el mismo recorrido de unos 800 kilómetros. En sus misiones estuvieron expuestos a los ataques de los ladrones de aquella época.
El primero de ellos fue Esdras, quien no pidió una escolta real, pues había dicho al rey: «La mano de nuestro Dios es para bien sobre todos los que le buscan» (Esdras 8:22). Confió totalmente en Dios, sin desconocer los riesgos que ese largo viaje conllevaba. «Publiqué ayuno… para afligirnos delante de nuestro Dios, para solicitar de él camino derecho para nosotros, y para nuestros niños» (v. 21). ¿Esdras fue razonable? Dios respondió a su fe: «Dios… nos libró de mano del enemigo y del asechador en el camino» (v. 31). ¡Qué ejemplo notorio de una fe valiente!
60 años más tarde, Nehemías, ministro del rey de Persia, después de haber orado fervientemente a Dios, obtuvo la autorización del rey para ir a Jerusalén llevando cartas para las autoridades locales. Así pudo conseguir diferentes ayudas para la obra de Dios y para el bien de su pueblo. Además, el rey le dio una escolta militar (Nehemías 2:7–9).
Estos ejemplos nos muestran que Dios reconoce la fe sincera que descansa en Él, y responde a ella. Esdras no actuaba con presunción, sino con confianza. Y la fe de Nehemías, aunque distinta de la de Esdras, no dependía de la ayuda del rey, sino solo de Dios. Estos ejemplos nos animan a confiar siempre en nuestro Dios.
Pero ¿qué pasa si carecemos de la fe suficiente para confiar de todo corazón en nuestro Dios? Debemos hacer lo que hicieron los apóstoles con el Señor, le pidieron que se las aumentara (Lucas 17:5). Así que, hermanos, sigamos el ejemplo de Esdras y Nehemías. Porque no debemos olvidar que «sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11:6).
Comments