Alexis Sazo
Una sed insaciable

A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid. (Isaías 55:1)
Un periódico de El Cairo, Egipto, relató un trágico suceso. Cuatro hombres partieron en automóvil para visitar un paraje junto al mar Rojo. De regreso tomaron un camino equivocado y quedaron atascados en las arenas del desierto. El problema: Habían olvidado llevar agua. Algunos días más tarde encontraron los cuerpos; la autopsia reveló que habían muerto de sed. En las noticias se destacó que murieron de sed, sin embargo, se encontraban a doscientos metros de un pozo de agua.
Estar tan cerca de la vida y pasar al lado de ella sin darse cuenta, ¡qué tragedia! No obstante, ¿no es esta la misma tragedia de muchas personas? Tienen sed de tantas cosas: Felicidad, paz, dinero, relaciones amorosas, etc. Muchos están perdidos como en un gran desierto y buscan un oasis, una fuente de agua para saciar su sed. Esos cuatro hombres perdidos, de quienes hablaba el periódico de El Cairo, pasaron por una terrible angustia mientras su salvación estaba tan cerca.
Pero ¿por qué es esto? Porque nuestros corazones son insaciables desde el momento en que como raza humana decidimos pecar, alejándonos así de Dios. Esto desencadenó una sed, un deseo incontrolable que hace que millones de hombres y mujeres se pasen la vida buscando cómo saciar aquella sed. El Señor Jesús dijo:
El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. (Juan 4:14)
Si usted tiene sed de amor, de perdón, de paz, y también de verdad, sepa que no lejos de cada uno de nosotros se halla una fuente que da la vida eterna, un gozo que nadie puede quitar. El nombre de esta fuente es: Jesucristo. Únicamente Él puede calmar la sed de su corazón y librarlo de la muerte eterna. ¿Se siente perdido en un desierto? ¿Está muy sediento? Lo cierto es que Dios no está lejos de nosotros. Es más, Él se dirige a cada uno, diciendo:
Mas si desde allí buscares a Jehová tu Dios, lo hallarás, si lo buscares de todo tu corazón y de toda tu alma. (Deuteronomio 4:29)