Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas, para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario. (Salmos 63:1–2)
Nuestra relación con el Señor es igual a cualquier otra relación. Me refiero en el sentido de que sin comunicación, las relaciones no funcionan. Por ejemplo, ¿qué pasaría si usted llega a casa tan cansado(a) que no quiere hablar con su esposo o esposa? Y no solo no le habla, sino que tampoco la escucha, ni le da el tiempo de escucharlo(a). ¿Podría funcionar su matrimonio? Bueno, eso mismo es lo que hacemos cuando no leemos la Biblia y no oramos diariamente. Nos mantenemos callados y no escuchamos a nuestro esposo celestial. Porque estamos en un matrimonio con el Señor. Él es el esposo y nosotros somos parte de la esposa, que es la iglesia (Efesios 5:22–33).
La oración y la lectura de la Biblia vienen a ser como el oxígeno y el agua que necesitamos para vivir. Un ser humano sin oxígeno muere en 5 minutos. Y sin agua, nos morimos en 3 días. Así que, tanto la oración como la lectura de la Biblia —de manera diaria— son vitales para nuestra salud espiritual. Tanto si no oramos como si no leemos su Palabra, es como si dejásemos de respirar y de beber agua.
Ahora, hacer una sin la otra también está mal. Por ejemplo: ¿Qué pasaría si en una relación yo solo hablo, hablo y hablo, pero jamás escucho? ¿Podría llamarse eso una relación? ¡En lo absoluto! Eso sería un monólogo. Y a la inversa pasa lo mismo, si yo solo escucho, pero jamás hablo, la otra persona nunca podría llegar a conocerme. Esto pasa cuando los creyentes, ya sea, solamente oramos y nunca leemos la Palabra de Dios o únicamente leemos la Biblia y jamás oramos.
Tanto si me falta una como la otra, mi relación con Dios estará coja, estará incompleta. Porque si solo oro y no leo, demuestra que quiero ser escuchado, pero no me interesa escuchar a Dios. Y si por el contrario, solo leo y no oro, significa que quiero escuchar a Dios, pero no quiero que Él me escuche a mí, y con esto último, indirectamente estoy diciendo que «me basto conmigo mismo» y no necesito de Dios. Ahora, si no hago ninguna de las dos, mis actos demuestran que «no estoy ni ahí con Dios», pues no quiero que me hable y no quiero hablarle tampoco.
De ambas cosas tenemos mandamiento: «Orad sin cesar» (1 Tesalonicenses 5:17). Y el Señor Jesús: «Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí» (Juan 5:39). En ambos versículos el verbo está en imperativo, que es la forma gramatical en español que se usa para las órdenes y mandamientos.
Entonces, ¿seguiremos en una relación incompleta con el Señor?
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