Me hago una pregunta, ¿Por qué los cristianos no nos interesamos en lo relacionado con la Palabra de Dios y estamos más interesados en las cosas de este mundo? Me causa mucho dolor que estemos tan encausados en las cosas de esta vida; siendo que en su Palabra encontramos lo siguiente:
Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a Aquel que lo tomó por soldado. (1 Timoteo 2.4 RVR60)
¿Tan difícil nos es agradar al Dios que nos rescató de nuestras inmundicias y de recibir el castigo que merecían nuestros actos? El llamado de nuestro Dios, es un llamado de amor para que dejemos de mirar las cosas que perecen y busquemos el reino de los cielos (Mateo 6.33), pues el Padre nos escogió para ser santos y sin mancha delante de Él (Efesios 1.4). Y debemos recordar que acá en la tierra nada es eterno, sino que pasa con la niebla que se disipa cuando sale el sol. ¿Siquiera estamos esperando al Señor cuando venga en su reino o solo estamos ocupados de las cosas de esta vida?
Hermanos, ¿qué clase de ofrenda de adoración le tenemos preparado a Dios para ir a su encuentro? Porque recordemos que incluso hasta nuestros cuerpos debemos presentarlos en sacrificio a Dios:
Por lo tanto, amados hermanos, les ruego que entreguen su cuerpo a Dios por todo lo que él ha hecho a favor de ustedes. Que sea un sacrificio vivo y santo, la clase de sacrificio que a él le agrada. Esa es la verdadera forma de adorarlo. (Romanos 12.1 NTV)
Espero que ninguno de nosotros tenga que esconderse cuando Él venga en su gloria, es que, ¿hasta cuándo dejaremos de darnos gloria a nosotros mismos siguiendo las falacias de la vida? Porque, ¿dónde esconderemos el orgullo, la vanidad del cuerpo, el llevar una doble vida, los vicios que estemos arrastrando, etc.?
El Señor nos sacó del mundo y nos puso aparte, para que le adoremos a Él y no a nosotros mismos; el mundo busca estas cosas, pero no nosotros. La pregunta es, entonces, ¿por qué vivimos como si aún fuéramos del mundo? Es que recordemos lo que el Señor dijo:
Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. (Juan 17.9-10; 15-16 RVR60)
Aprendamos a andar en los pasos de Jesús, a seguir su ejemplo en todo momento; dejemos el mundo atrás para así poder honrar a nuestro Dios.
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