Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer. (Hebreos 8:13)
Este versículo de Hebreos nos recuerda algo profundo y hermoso: en Cristo, Dios estableció un nuevo pacto. Al afirmar que el primero, el antiguo pacto, «se envejece y está próximo a desaparecer», el autor de Hebreos nos muestra que el plan de Dios no se basa en nuestros esfuerzos humanos para cumplir la ley. En lugar de ello, se fundamenta en su gracia infinita y en el sacrificio perfecto de Jesucristo.
El antiguo pacto, dado a través de Moisés, era justo y santo, pero apuntaba a una promesa mayor. Estableció principios y guió al pueblo de Israel, revelándoles la santidad de Dios y sus demandas justas. Sin embargo, por la debilidad humana y la naturaleza pecaminosa, este pacto no podía ofrecer la redención completa. Por eso, Dios, en su amor y sabiduría, envió a su Hijo para establecer un nuevo pacto. Este pacto es eterno, inmutable, y está escrito en nuestros corazones.
El nuevo pacto, sellado por la sangre de Cristo, no depende de sacrificios diarios, ni de rituales externos, sino de una transformación interna. Ahora, la ley no está escrita en tablas de piedra, sino en el corazón de los creyentes. El Señor Jesús no solo cumple la ley, sino que nos da su Espíritu Santo que nos capacita para vivir en obediencia y amor hacia Dios.
Por tanto, este nuevo pacto nos invita a vivir en libertad y a descansar en la obra completa de Cristo. Además, nos recuerda que ya no estamos bajo la condenación de la ley, sino que hemos sido justificados por gracia mediante la fe en Jesús.
Demos gracias al Señor por su nuevo pacto de amor, misericordia y gracia. Pidamos a Dios que nos ayude a recordar que no se trata de nuestros propios méritos, sino de su amor perfecto que nos ha alcanzado. Asimismo, que nos enseñe a vivir en la libertad y paz que solo su pacto eterno puede dar, gozando de su cercanía y su amor para con nosotros.
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