Pero Jonás se apesadumbró en extremo, y se enojó. Y oró a Jehová y dijo: Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal. (Jonás 4:1–2)
En el libro de Jonás, vemos un ejemplo claro de cómo el orgullo nacionalista puede interponerse en el camino de los planes de Dios. Jonás fue llamado por Dios para predicar arrepentimiento en Nínive, una ciudad conocida por su maldad. Sin embargo, Jonás decidió huir en dirección contraria. ¿Por qué? Porque en su corazón, Jonás abrigaba resentimiento y orgullo hacia su propia nación, Israel, y desprecio hacia los ninivitas, ya que estos, que formaban parte del imperio Asirio, los cuales eran enemigos del reino del norte, o también llamado, Israel.
Cuando finalmente Jonás obedeció y predicó en Nínive, los habitantes se arrepintieron, y Dios los perdonó. Sin embargo, Jonás no se alegró; en cambio, se enojó con Dios. Este enojo revela un corazón endurecido por el orgullo nacionalista y una falta de comprensión del carácter de Dios, quien no hace acepción de personas (Romanos 2:11).
Dios no estaba limitado por las fronteras nacionales ni por las enemistades históricas. Le vemos mostrando su compasión hacia Nínive, porque su amor y misericordia se extienden a todas las naciones y pueblos. En el libro del profeta Jonás, vemos cómo Dios lo desafió a ver más allá de sus prejuicios y entender su deseo de salvar a todos los que se arrepienten.
Como cristianos, debemos tener cuidado de no permitir que el orgullo nacionalista o los prejuicios nos alejen de los propósitos de Dios. Es fácil caer en la trampa de pensar que Dios está de nuestro lado y contra otros, pero la Biblia nos recuerda que su gracia es para todos. Nuestro llamado es a amar y compartir el mensaje del evangelio sin distinción, siguiendo el ejemplo de Jesús.
Por tanto, pidamos a Dios que nos ayude a ver a las personas como Él las ve, y a quitarnos cualquier orgullo o prejuicio que nos impida compartir el evangelio. Pidámosle que nos podamos ser instrumentos de su paz y reconciliación en este mundo tan lleno de odio y divisiones.
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