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UN MAL GRAN MAL ENTRE LOS HOMBRES, NO CREER EN DIOS, NI TAMPOCO EN SATANÁS



Mas toda la multitud dio voces a una, diciendo: ¡Fuera con éste, y suéltanos a Barrabás! (Lucas 23.18)

Hace más de dos mil años, cuando nuestro Señor vino a la tierra a salvar a la humanidad, sus criaturas le rechazaron. Durante estos 2000 años hemos estado oyendo aquel grito ¡fuera con este! El ser humano que rechaza al Señor Jesús no solo grita que no quiere al Señor, sino que desea un sustituto burdo, a un “Barrabás”. Aunque esto sea triste, no debe impresionarnos, porque bien describió Isaías cómo sería nuestro Salvador:


Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de Él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. (Isaías 53.3)

Hace un par de años, le envié por mail una predicación a un sobrino. En el mail iba el plan de salvación con varios versículos de la Biblia. Pero ¿cuál fue la respuesta del joven? ¡Tía, por favor, no vuelva a enviarme nunca más nada de religión o de Dios, ni nada parecido, porque no creo en Dios! Este joven hizo el mismo grito que se oyó en Jerusalén “¡fuera con este!” Mientras me hacía sentir su molestia a través de su respuesta. 


Pero Dios en su paciencia para con sus criaturas, pasado un tiempo, envió a este joven por un par de semanas a mi casa, debido al trabajo que tenía en ese tiempo. Mientras estuvo alojando en mi casa conversamos de muchas cosas, hasta que un día, le dije: ¿Tú no crees en Dios, verdad? ¡No! Fue su respuesta. Le dije: ¿Acaso no has observado la creación o en la noche la belleza de la luna y las estrellas? 


Es increíble como nos cegamos a nosotros mismos cuando no queremos oír la voz de Dios, porque mi única hija (tengo tres varones, además de mi hija), cuando tenía apenas dos añitos de edad, mientras miraba la luna por la ventana me preguntó: “Mamá, ¿porque la luna no se cae?”


Una pequeña criatura, se da cuenta de la maravilla que es ver flotar la luna en el cielo y preguntarse el porqué está ahí y no se cae. En palabras que ella pudiera entender, le expliqué como Dios con su poder la sostiene para que no caiga. ¿La satisfizo mi respuesta? ¡Sí! Porque a pesar de su corta edad no le parecía descabellado que hubiera un creador del universo y que además, con su poder, sostenga aquel cuerpo celeste flotando en el cielo. 


Y aunque para el Dios creador nada es imposible. ¡Cuán difícil es para los adultos ver esto cuando no quieren reconocer que hay un Dios en los cielos!


A este mismo sobrino le pregunté también, ¿crees en el diablo? Adivinen cuál fue su respuesta, sí, un rotundo ¡No!. Le tengo aprecio a mi sobrino y cuanto quisiera verle que saliera de su incredulidad, pero no puedo obligarle. En aquella ocasión le dije también que Dios no lo obliga a que crea en Él. Y a decir verdad, esto me lleva a doblar mis rodillas, no dejando de orar por su alma inmortal.


¡Ay, si supiera este pobre joven cuánto se goza el diablo de la gente no cree en Dios, ni en él! Esa es su mejor herramienta.


Lo triste de todo esto es que no creer en Dios nos conduce a pasar a la eternidad sin él en un lago de fuego y azufre. No hay peor pérdida, porque pierdes aquella persona y gana Satanás, pues gana un alma más para llevársela con él.


El maligno nos aborrece con todo su ser, porque por Jesús somos perdonados; sí incluso hay perdón para aquellos que no creen en él. Mientras que para Satanás y sus huestes que sí creen en Dios y tiemblan (Santiago 2.19), no la hay; son reos de condenación al sufrimiento eterno. 


Mis hermanos, aún tenemos tiempo para que estas almas se puedan volver a Cristo. Así que, sigamos orando por ellos diariamente, continuemos predicándoles el evangelio, aunque les seamos gravosos, porque el Señor nos dijo: 


Vé por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. (Lucas 14.23–24). 

A veces nos cansa la dureza de nuestros seres queridos, e incluso hasta nos pueden dar ganas de bajar los brazos y rendirnos, pero como le dijo el apóstol Pablo a los tesalonicenses, así mismo les animo a ustedes, mis hermanos: 


Y vosotros, hermanos, no os canséis de hacer bien. (2 Tesalonicenses 3.13) 

Sigamos predicando sin desmayar, mis hermanos. 

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