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  • Foto del escritorAlexis Sazo

¿Un gran ingeniero?



Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. (Hebreos 11:3)


Desde la primera página de la Biblia se afirma que Dios creó los cielos, la tierra y todo lo que contiene: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Génesis 1:1).


«Sobre el origen de la vida, no nos queda otro remedio que reconocer que no sabemos nada». Esta fue la declaración del científico Jean Rostand, la cual sigue siendo válida para muchas personas hasta hoy.


Cada descubrimiento plantea más problemas de los que resuelven, porque las hipótesis de los científicos, muchas veces, nos dejan en la duda. Sin embargo, la Biblia dice claramente que no somos el producto de la casualidad, sino de la divina y sabia voluntad del Dios Omnipotente. Y mientras que la ciencia llega a conclusiones inciertas, inestables y siempre cambiantes cuando algo nuevo se descubre, la Palabra de Dios nos dice claramente nuestros orígenes.


Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. (Génesis 2:7)


El biólogo Rémy Chauvain, explica que la teoría de la evolución –tan valiosa para Darwin– tuvo mucha aceptación porque era la única alternativa para «sustituir» la creación de Dios, la cual molesta la conciencia de muchas personas, eso incluye a físicos, biólogos, astrónomos, etc.


En un lenguaje sencillo que puede ser entendido por los hombres de todos los tiempos, la Escritura revela cuál es el origen del hombre y del universo; y ella no nos ha engañado, porque el autor de la misma es Dios, quien no miente (Número 23:19). En cambio, la ciencia evoluciona y cambia constantemente, y las teorías que ayer eran presentadas como certezas, poco a poco son abandonadas.


Por lo tanto, volvemos, pues, al Libro de Dios para descubrir en él no solo nuestro origen, sino también las promesas de Dios, quien quiere salvarnos de nuestros pecados, «no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Pedro 3:9)


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