Quien hace mis pies como de ciervas, y me hace estar firme sobre mis alturas. (Salmos 18:33)
Muchas veces, cuando los problemas o la tentación llegan a nuestras vidas, tendemos a dejar de lado la oración. En vez de mirar a lo alto, nuestra vista se queda fija en la tierra. No obstante, el Señor en su sabiduría nos dejó un hermoso ejemplo en la naturaleza, al carnero cimarrón. Este animalito vive en el parque nacional de las montañas rocosas en el estado de Colorado en Estados Unidos. A menudo permite a los visitantes que se acerquen desde abajo para tomarles fotos. Sin embargo, si es que alguien trata de ponerse por encima de ellos, el rebaño completo sale corriendo.
La ruta de escape que usa este carnero es siempre ascendente. Por ejemplo, a nivel del suelo un lince o un puma pueden alcanzarlos fácilmente, pero escalando los escarpados riscos, el carnero siempre logra huir de sus depredadores, porque lo hace de manera ascendente, a través de caminos difíciles y pedregosos, por los cuales sus enemigos no lo pueden alcanzar.
Nosotros, como creyentes, debemos seguir este ejemplo. Frente a los enemigos, a las tentaciones y a los problemas de la vida, debemos escapar en dirección ascendente que es donde está nuestro Dios. Un predicador una vez dijo: «Cualquiera que sea el peligro en el que te encuentres, ya sean problemas o tentaciones, no permitas que se interpongan entre tú y Dios». Como cristianos, nuestra ruta de escape siempre debe ser ascendente, es decir, hacia el Señor; nunca descendente, hacia el pecado o la autocompasión. El salmista decía:
El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. (Salmos 91:1)
Dios es el Altísimo, es decir, mora en lo más alto, y para morar bajo su sombra, debemos morar en las alturas con Él. Es la misma idea que expresa el versículo del encabezado: «Quien hace mis pies como de ciervas, y me hace estar firme sobre mis alturas». Así que, hermanos, el ejemplo de estos carneros y las palabras del salmista, nos enseñan a mantener el peligro espiritual por debajo de nosotros, escapando siempre en dirección ascendente hacia nuestro Dios.
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