Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal. (Mateo 6:34)
Un amigo que había tenido un accidente preguntó al médico: «Doctor, ¿cuánto tiempo tendré que quedarme acostado?» El médico le respondió: —¡Solo un día a la vez! Este consejo se parece a lo que el Señor Jesús nos dice: «No os afanéis por el día de mañana… Basta a cada día su propio mal».
Claro que es útil tener proyectos, pero el cristiano deposita su confianza en el Señor para caminar con Él. Solo un día a la vez. Dios enseñó esta lección a su pueblo cuando iba por el desierto desde Egipto a Canaán. Cada mañana recogían la porción de alimento necesario para el día: el maná. Venía del cielo y se depositaba en la tierra con el rocío de la mañana. Nadie tenía demasiado y a nadie le faltaba: «Y los hijos de Israel lo hicieron así; y recogieron unos más, otros menos; y lo medían por gomer, y no sobró al que había recogido mucho, ni faltó al que había recogido poco; cada uno recogió conforme a lo que había de comer» (Éxodo 16:17–18).
No recibían cada semana la porción necesaria para una semana, sino cada día la porción para un día. Para el cristiano, esto significa que la gracia del lunes será para el lunes, y la gracia del martes para el martes. La gracia del lunes no sirve para el martes, así como lo que comí ayer, no me sacia hoy. Una firme fe en Dios es la que permite que vivamos tranquilamente día tras día. Pero ese es nuestro problema, la falta de fe. El problema no es Dios, el problema somos nosotros que no creemos sus promesas. Siendo que Él, explícitamente, nos dice que Él no miente, puesto que no es hombre (Números 23:19).
Si nos falta la fe, pidámosela a Dios, así como le dijo el padre del niño lunático: «Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad» (Marcos 9:23–24). Porque recordemos que sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6).
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