El alma del perezoso desea, y nada alcanza; mas el alma de los diligentes será prosperada. (Proverbios 13:4)
Cada traqueteo de las ruedas del tren hacían rebotar dolorosamente sobre el duro asiento de madera el frágil cuerpo de la cristiana vietnamita, sin embargo, estaba en una misión, necesitaba alimento espiritual para los cristianos que dirigía en Vietnam del Norte. Tres congregaciones de personas estaban orando para que su líder tuviera éxito y trajera copias preciosas de la Biblia.
Su trabajo en casa era agotador, puesto que era la única cristiana madura en la zona, y había plantado tres iglesias solo con la ayuda de Dios, ganando un alma a la vez a través del evangelismo y de su testimonio personal. No tenía automóvil ni bicicleta, y para llegar a las tres iglesias, caminaba o remaba en un pequeño bote de madera hasta las reuniones. Además de aquellas dificultades, se había enfrentado a amenazas y acoso policial, así como al disgusto de sus padres —quienes eran budistas— debido a su fe.
Viajó en aquel incómodo tren, más de mil doscientos kilómetros, durante tres días consecutivos, esperando encontrar algún creyente que le pudiera ayudar en su objetivo de conseguir biblias para sus hermanos en la fe. Finalmente, llegó a la ciudad de Ho Chi Minh. Allí conoció a cristianos occidentales, los cuales, al enterarse de su misión allí, no solo la visitaron, sino que además proveyeron de las tan necesarias Biblias para los cristianos del norte. También le dieron una bicicleta para ayudarla a ministrar a las tres congregaciones de manera más fácil.
Antes de irse, aquellos hermanos se reunieron con ella y oraron juntos, pidiendo la bendición de Dios sobre su viaje y su ministerio.
—¿Cuántos años tienes? —Preguntó uno de ellos, justo cuando estaba a punto de irse. La mujer acomodó su cabello negro, quitándolo de su cara, y susurró —Tengo veintidós años.
Los niños prodigios tienen habilidades especiales más allá de sus años. Por ejemplo, se sabe de niños terminaron la universidad antes de los quince años, o quien escribió una sinfonía antes de los doce años, o alguien sobresaliente en un deporte antes de los dieciséis años. Como seres humanos, cuando nos enteramos de estos casos, a menudo nuestra respuesta son los celos; nos gustaría poder hacer algo grande en nuestra juventud y ganar reconocimiento por ello, también.
Esta hermana en la fe, probablemente no tenía ninguna habilidad especial por encima de las de sus compañeros. Sin embargo, ella deseaba seguir a Jesús y presentárselo a las personas que le rodeaban. Mis hermanos, lo que Dios desea de nosotros, es que obedezcamos y estemos dispuestos a compartir las buenas nuevas del evangelio, y Él hará el resto. No necesitamos habilidades especiales o ser sobresalientes, sino solo un corazón dispuesto.
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