Alexis Sazo
Torres de iglesia

Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido. (Lucas 14:11)
En la torre de una iglesia local hubo un incendio porque le cayó un rayo. Y a los bomberos se les hizo difícil controlar el fuego debido a la ubicación. Tuvieron que arrastrar pesadas mangueras por tres escaleras diferentes para poder salvar la estructura. Al finalizar, los bomberos dijeron porqué les costó apagar aquel incendio. Describieron aquella torre como alta, vacía y sin ventanas.
Conozco a algunas personas a quienes les queda muy bien esta misma descripción de la torre en llamas. Son «altas» en el sentido de que se colocan por encima de los demás. Son «vacías», porque nunca permiten que nada les penetre. Y no tienen «ventanas», porque no dejan que nadie mire dentro de ellos. Esta clase de personas son altamente soberbias.
Siempre que nos coloquemos por encima –y, por tanto, aparte– de los demás nos convertimos en «edificios» sin medios adecuados de escape en caso de incendio; y una pequeña chispa puede encender un fuego devastador en nuestras vidas, el cual nos dejará en ruinas. Las Escrituras dicen:
Mejor es humillar el espíritu con los humildes que repartir despojos con los soberbios. (Proverbios 16:19)
El orgullo es particularmente peligroso, ya que Satanás lo disfraza como algo bueno, y la peor parte es que nos hace pensar en que no necesitamos a Dios en nuestras vidas. Cuando somos como torres de iglesia, altos, «majestuosos», puestos en alto para ser admirados por los demás, terminamos quedándonos solos, sin nadie alrededor, ya que todos los demás estarán «por debajo» nuestro.
¿Podemos los creyentes ser así? El Señor Jesús dijo: «aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11:29). Y en otra parte de este mismo evangelio, leemos que dijo: «Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos» (Mateo 18:4). En estos dos versículos podemos ver que el mandamiento de nuestro Dios es a ser humildes, porque en la humildad está la verdadera comunión con Dios y con nuestros hermanos.
Así que, no busquemos ser altos y majestuosos como las empinadas torres de alguna iglesia, sino que procuremos mantenernos en una posición humilde, como la que ocupó el Señor (ver Filipenses 2:5–8).