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Toma mi mano



Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones. (2 Corintios 1:3–4)


Nunca sabemos cuándo vamos a necesitar del consuelo de Dios o cuando su cuidado será la única esperanza para enfrentar el mañana. Pero es necesario que no olvidemos que mientras vivamos en este mundo, nos veremos enfrentados a dificultades, y es allí cuando debemos buscar el consuelo de nuestro Dios.


Un día de 1932, el pianista, cantante y escrito de canciones, Thomas A. Dorsey, descubrió la necesidad que tenía del consuelo de Dios. Dejó a su esposa, que estaba embarazada, en su casa de Chicago mientras él fue conduciendo a San Luis a cantar a una reunión de reavivamiento. Todo salió bien en su viaje, y además, la multitud respondió con entusiasmo. Cuando terminó de cantar, recibió un telegrama con la trágica noticia de que su esposa había muerto durante el parto, y unas horas después, el bebé recién nacido también murió.


Lleno de aflicción, Dorsey buscó respuestas de Dios. Se cuestionó preguntándose: ¿Acaso debí quedarme en Chicago y no ir a San Luis? ¿Había sido Dios injusto? Dios le dio consuelo, ya que unos días después de la muerte de Nettie, Dorsey se sentó en el piano y empezó a tocar. Finalmente, sintiendo la paz y la cercanía de Dios, comenzó a cantar una nueva letra y a tocar una nueva canción:


Preciso Señor, toma mi mano;

Guíame, sostenme;

Estoy cansado, débil y exhausto;

En medio de la tormenta y la oscuridad;

Guíame a la luz;

Toma mi mano, Señor, llévame al hogar.


Hermano(a), ¿tienes un problema que sea demasiado grande para usted? ¿O una pena demasiado profunda que no logra consuelo? Ponga su mano sobre la del Señor y deja que el «Dios de toda consolación» le sacie y le guíe al hogar en lo alto donde nada de este mundo le puede afectar.


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