Todos somos pecadores

Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque. (Eclesiastés 7:20)

Una vez leí la historia de una mujer que se estaba muriendo, la cual había vivido una vida buena –humanamente hablando– y moral; debido a esto, nunca sintió la necesidad de un salvador. Unos días antes de partir de este mundo, un varón de Dios se ofreció a visitarla para conversar con ella y ella accedió.

El pastor le explicó el camino de la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús. Haciendo hincapié que el Señor Jesús murió por los pecados de todos los seres humanos, incluyéndola a ella; y le encomió que con depositara toda su fe en Jesús como su salvador personal. La mujer respondió: «¿Quiere decir que si voy a ser salva tengo que acudir a Dios exactamente igual que la persona más malvada que ha existido?» «Así es —contestó el pastor— solo hay un camino y ese es Jesús (Juan 14:6). La mujer se quedó pensando un momento y luego dijo: «Bueno, si es así, no quiero saber nada de ello».

Debido a su orgullo, aquella mujer hoy se encuentra en la condenación, ya que no quiso reconocer su condición de pecadora, pues se sentía buena. Pero la Palabra de Dios es clara: «No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» (Romanos 3:10–12). Debido a esto, todos necesitamos de un salvador que los libere de nuestros pecados.

Es necesario que reconozcamos nuestra culpa delante de Dios humildemente, y especialmente, que nos arrepintamos del mal, pues su Palabra nos dice: «Ahora pues, arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios para que sus pecados sean borrados» (Hch 3:19 NTV). De esta forma podremos recibir por la fe el regalo de la vida eterna que nos ofrece Dios tan generosamente. El Señor Jesús ha ofrecido misericordiosamente salvación a todos, porque ¡todos somos pecadores!