Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes; y de noche, y no hay para mí reposo. Mas yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía. Me han rodeado muchos toros; fuertes toros de Basán me han cercado. Abrieron sobre mí su boca como león rapaz y rugiente. He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte. Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; entre tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes. (Salmos 22.1-2; 6-8; 12-18 RVR60)
Dios Padre no libró a su Hijo de la divina ira justa contra el pecado. Al leer estos versículos podemos “entender” y mirar de lejos los sufrimientos del Señor. En ellos vemos como su Padre no lo salvó, sino que lo desamparó para ampararnos a nosotros. ¿Acaso no es esta una maravilla? ¿No nos conmueve leer estos versículos? En su Palabra también encontramos que dice:
No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido; porque Jehová me ha angustiado en el día de su ardiente furor. (Lamentaciones 1.12 RVR60)
Nuestro Señor sufrió horribles tormentos para que nosotros, sus criaturas pecadoras y rebeldes, no las tuviéramos que padecer. Él llevó nuestra maldición sobre su cuerpo Santo.
Dice Isaías 53.5 y 7: Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.
¿Hasta cuándo permaneceremos indiferentes a su dolor? Somos egoístas cuando pensamos que somos libres de condenación porque hemos ido al Señor, cuando la verdad es que Él descendió desde los cielos, humillándose a sí mismo y tomando forma de hombre para así poder ocupar nuestro lugar en el tormento eterno; ese que nosotros merecemos por todas las maldades que hemos cometido a lo largo de nuestras vidas.
Mis hermanos, jamás dejemos de mirar aquella hermosa cruz con asombro y gratitud; ni tampoco dejemos de conmovernos por el dolor de nuestro Salvador; del mismo modo hagamos memoria de Él alabándole y glorificando su nombre, porque Él es digno de toda nuestra adoración y eterna gratitud por habernos salvado de aquella terrible condenación. Unamos cada día nuestras voces a los coros celestiales que proclaman:
Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir. (Apocalipsis 4.8 RVR60)
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