Alexis Sazo
Todo lo que dijo de Jesús era verdad

Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo. (2 Timoteo 4:1–2)
Juan el bautista había estado muerto al menos dos años, y la gente ya había empezado a olvidar su ministerio de bautismo de confesión y arrepentimiento de los pecados. No obstante, en una oportunidad en la que las multitudes se reunieron en torno al Señor Jesús, cerca del lugar donde Juan solía enseñar, recordaron lo que él les había dicho acerca de Jesús; así nos dicen las escrituras:
Y muchos venían a él, y decían: Juan, a la verdad, ninguna señal hizo; pero todo lo que Juan dijo de éste, era verdad. Y muchos creyeron en él allí. (Juan 10:41–42)
La gran mayoría de nosotros vive de una manera para nada extraordinaria. No hacemos milagros; ni tampoco se nos conoce por algo en particular que sea digno de ser reconocido. Lo cierto es que somos gente común y corriente; sin embargo, podemos hablarle a la gente de Jesús dondequiera que vayamos. Podemos seguir el ejemplo de Juan el bautista, que cada vez que veía al Señor le decía a quienes estaban cerca:
He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo. (Juan 1:29–31)
Es nuestro deber –pero también nuestro privilegio– decirle a la gente lo que hemos recibido y aprendido de Cristo, para luego dejarle el resultado a Dios. Si hacemos eso, habremos cumplido el mayor propósito de nuestras vidas como creyentes. Y del mismo modo que pasó con Juan el bautista, al morir nosotros, alguien podría recordar nuestras palabras acerca del Señor Jesús y acudir al Cordero de Dios en busca de salvación. Porque recordemos que la Palabra de Dios es como una semilla, la cual puede permanecer latente durante años y luego brotar para vida eterna.
De manera que seamos fieles en hablar a otros del Señor Jesús; y quizás cuando muramos, el epitafio de nuestras tumbas diga: «No hizo milagros, pero todo lo que dijo de Jesús era verdad».