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Cuando os trajeren a las sinagogas, y ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis por cómo o qué habréis de responder, o qué habréis de decir; porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir. (Lucas 12:11–12)
En China, después de haber permanecido encarcelado durante un largo tiempo, un creyente tuvo que comparecer ante un juez quien le preguntó con un tono irónico: —¿Sigue usted creyendo en el cristianismo? Yo no creo en el cristianismo, porque… Aquí fue interrumpido por el creyente que le preguntó: —¿Qué quiere decir con eso? —Yo creo en Jesucristo, no en una religión, sino en una persona. Por favor, deje este verbalismo —le dijo el juez furioso.
—No me entiende, repuso el creyente. Usted puede cerrar las iglesias, echar a los cristianos en prisión o matarlos, e incluso quemar sus Biblias, pero no le puede hacer nada a Jesucristo. Él vive eternamente. Y también vive en mi corazón, usted no lo puede sacar de allí. Y no importa si me mata, porque estaré para siempre con Él.
Esta diferencia no debe extrañarnos. La religión que el ser humano ha creado consiste en una suma de ritos, porque es un sistema organizado por los hombres y, por lo tanto, influido por los errores y las debilidades humanas; pero no por el Dios viviente. Para pertenecer a Dios es necesario conocer a Jesucristo, el Hijo de Dios, creer en Él, confiar en Él, amarle y, como consecuencia, vivir para Él, tal como decía el apóstol Pablo:
Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:20)
Quizás una religión humana pueda hablar a nuestros sentimientos religiosos, pero ser salvos por la eternidad es algo que solo puede conseguirse mediante la fe en el Salvador Jesucristo y su obra completa y perfecta en la cruz.
De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. (Juan 5:24)
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