Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza. (Job 42:6)
«Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente» (Génesis 2:7). Debido a la desobediencia de Adán, la sentencia de muerte cayó sobre toda la humanidad: «Polvo eres, y al polvo volverás» (Génesis 3:19).
«Soy polvo y ceniza», dijo Abraham en Génesis 3:19. El sentimiento de su debilidad e insignificancia le daba humildad y respeto para dirigirse a Dios. «¡No somos nada!», decimos a veces ante una tragedia, un desastre natural o una muerte súbita. Lo ideal es que ese sentimiento esté continuamente presente en nosotros para alejarnos de la pretensión y el orgullo, fuente de tantos problemas en este mundo. Eso también nos incitaría a dirigirnos como lo hizo Abraham, hacia el Dios que nos creó.
Pero Dios creó al hombre para que viva, y su deseo no es que su criatura se quede en el polvo. Dios quiere darle un lugar junto a Él en la gloria del cielo. Para ello envió a su Hijo Jesucristo a este mundo. Su Palabra nos dice que Él es el segundo hombre:
El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. (1 Corintios 15:47)
El Señor Jesús vino del cielo, murió en la cruz soportando el juicio que nosotros merecíamos por los pecados que cometemos cada día. Pero a diferencia de los demás seres humanos, Él no se quedó en la tumba, sino que resucitó y subió al cielo. Así abrió el camino al cielo y a la vida eterna a todos los que creen en Él. ¡Qué maravillosa perspectiva!
Su Palabra nos dice que todos aquellos que hemos creído en el Señor Jesús como nuestro salvador personal, un día seremos hechos semejantes a Jesús en su resurrección y estaremos con Él en el cielo para ver su gloria.
Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. (1 Juan 3:2)
¿Quiere tener esta misma esperanza? Acuda a Cristo en busca del perdón de sus pecados, antes de que se convierta en polvo y ceniza.
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