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Somos siervos inútiles




Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.

(Juan 15:5)


Se refiere de Oliver Cromwell, quien se titulaba «Protector de la República de Inglaterra», que una vez entró en la hermosa catedral de Westminster, en Londres, viendo un grupo de estatuas de plata de los doce apóstoles, preguntó: —¿Quiénes son estos? Y alguien le contestó: —Estos son los doce apóstoles. Entonces el Protector dijo: —Bájenlos de allí para que anden por el mundo haciendo bienes como su Maestro. Enseguida, las estatuas fueron fundidas para convertirlas en monedas.


Estas estatuas, aunque fuesen de los apóstoles, son impotentes e incapaces de «proteger» a alguien, y de la misma manera somos nosotros en lo que respecta a hacer la voluntad de Dios, pues, así lo manifestó el Señor en el versículo del encabezado, y también cuando dijo: «Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos» (Lucas 17:10). Ahora, si lo pensamos bien, ni siquiera nos alcanza para decir que somos siervos inútiles, porque no hacemos todo cuanto se nos manda a hacer en las Escrituras, ¿o acaso obedecemos al 100 %?


Por tanto, ¿podemos atribuirnos alguna cosa de lo que hacemos para Dios? Lo cierto es que no. Sin embargo, tantas veces, nos ufanamos por las cosas que hacemos para Él. Cuando hacemos esto, no somos más ladrones de su gloria, puesto que Él debe recibirla toda, y nosotros nos la robamos, como si nos perteneciese, ya que «hicimos algo para Él». Tengamos cuidado con esto, hermanos, puesto que nada hay que podamos hacer para Dios que se nos pueda atribuir como obra propia con el fin de ser exaltados. 


Aunque, es triste ver a hombres y mujeres de Dios que se apropian de la gloria que únicamente le pertenece a Él. Si lo hemos hecho o lo estamos haciendo, pidamos perdón a Dios, confiando en nuestro abogado (1 Juan 2:1). Y, asimismo, que Él nos libre de caer en tal pecado, de querer exaltarnos delante de su presencia por lo que hacemos, puesto que si hacemos todo lo que se nos mandó, no somos más siervos inútiles.

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