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Soltar las riendas



¿Hay para Dios alguna cosa difícil? (Génesis 18:14)


Felipe acababa de aprender a atar los cordones de sus zapatos. Esa mañana los nudos hechos el día anterior no resistían a sus pequeños y torpes dedos. —Pídele ayuda a mamá, le aconsejó su hermana. Felipe fue a su madre y le mostró el nudo. Pero agarró el zapato y no quiso soltarlo, a pesar de que su madre se lo pidió varias veces. Incluso tiraba de los cordones, con lo que apretaba más los nudos. Al cabo de un rato se impacientó y dijo a su madre: «Deja, voy a arreglármelas solo». A su hermana, sorprendida, le dijo: «Le pedí ayuda a mamá, pero no pudo». Su conclusión era cierta, pero ¿de quién era la culpa? ¡La culpa de que el nudo —incluso más apretado— siguiera ahí era de Felipe, no de su madre!


A veces tenemos la misma actitud de este niño. Oramos a Dios para que nos ayude con una dificultad que estamos viviendo, pero no queremos soltar las riendas. Y al igual que aquel niño, lo único que hacemos es empeorar la situación, al tiempo que le impedimos a Dios que nos ayude y nos dé una solución que para nosotros es imposible; ¡y más encima la agravamos! De este modo, básicamente, renunciamos a recibir el auxilio necesario y eficaz de parte de Dios. Y lo que es peor, tratamos de convencernos de que hemos orado con fe y actuado con mansedumbre y paciencia, siendo que el Señor nos dice:


Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. (Mateo 11:28)


Aunque tristemente no queremos ir, y a pesar que decimos que queremos hacerlo, finalmente no lo hacemos. Y Dios nos dice: «Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo» (Salmos 55:22); sin embargo nosotros no queremos; y si llegamos a ir a Él le presentamos nuestras dificultades, pero finalmente no le dejamos actuar.


Aprendamos a confiar —y a descansar— plenamente en Dios, entregando y dejando todo en sus manos. Seamos paciente y ejercitemos nuestra fe en Dios, el cual es infinitamente más poderoso que nosotros; y que más encima nos dice:


No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador. (Hebreos 13:5–6)


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