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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Señalar a otros



Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo. (Romanos 2:1)


Como seres humanos somos muy dados a fijarnos en las faltas de otros y, por lo general, tendemos a señalarlas; sin embargo, no podemos apuntar a nadie sin que nos apuntemos a nosotros mismos. Haga la prueba ahora mismo, señale algo con su dedo índice y fíjese hacia dónde apuntan los otros tres dedos, sí, ¡lo señalan a usted! Pasa exactamente lo que dice el versículo del encabezado.


Tengamos esto en mente la próxima vez que señalemos las faltas de alguien. Aunque en vez de sacar conclusiones, debemos darle a la persona el beneficio de la duda y reservar nuestro juicio hasta que conozcamos todos los pormenores. Es precisamente lo que nos dijo el Señor Jesús:


No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio. (Juan 7:24)


Además, bajo la ley dada por Dios a Moisés, no se podía acusar a nadie a menos que hubiera dos o más testigos (Deuteronomio 19:15). Y en los evangelios encontramos como el Señor hizo eco de su misma Palabra para enseñar cómo lidiar cuando hay problemas entre los hermanos: «Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano» (Mateo 18:15–17).


Ahora, ¿qué hacemos si alguien nos llega con un chisme o un comentario calumniador? La Palabra de Dios dice: «El que propaga calumnia es necio. En las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es prudente» (Proverbios 10:18b–19). Entonces, lo que podemos hacer es: No escucharlo; o si lo escuchamos no comentar nada, ni mucho menos comentar el chisme con otros.


Los creyentes somos llamados a seguir el ejemplo del Señor, porque dice: «El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo» (1 Juan 2:6), ¿y cómo andaba Él? Se nos dice que cuando habitó entre nosotros era «lleno de gracia y de verdad» (Juan 1:14), por lo tanto, nuestras bocas deben estar llenas de lo mismo. Pidamos al Señor que cambie nuestros corazones y nuestras mentes, para que así no andemos señalando a otros.


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