El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. (Mateo 20:28)
En la que fue la última noche que el Señor Jesús pasó con sus apóstoles, Él sabía de su partida estaba cerca. En medio de la cena, se levantó, dejó su manto a un lado y se vistió como un siervo. Luego puso agua en un recipiente y, haciendo la tarea de un siervo de aquellos tiempos, empezó a lavar los pies de cada uno de sus discípulos.
Cuando Pedro vio al Señor haciendo esto, se sorprendió y le dijo: «Señor, ¿tú me lavas los pies? Y luego agregó: No me lavarás los pies jamás» (Juan 13:6, 8). Pedro era consciente de la grandeza del Señor, por ello no quería que el Maestro le sirviese, pues quería colocarse por debajo de él. En cierto sentido, Pedro tenía razón para reaccionar así, pero al hacer esto mostraba que no había comprendido la nueva escala de valores que el Señor Jesús les había estado enseñando estos tres años que estuvo con ellos.
En el reino de Dios, la verdadera grandeza está invertida con respecto a la de los hombres. En este reino el amor lo rige todo, pero no cualquier amor, sino uno que es sacrificial, uno que llevar a servir a los demás y no a sí mismo. En el reino de Dios, el que sirve por amor es mayor que el que es servido. Entonces, el Señor, rebajándose a lavar los pies de los apóstoles, mostró cuál es la verdadera grandeza. Nuestro Señor solo graficaba con acciones lo antes había enseñado, pues dijo: «El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Mateo 23:11–12).
Por lo tanto, en reino de los cielos, aquel que es verdaderamente grande es el que no trata de engrandecerse, pues renuncia a las alabanzas de los hombres con tal de servir a su Señor. Y en el ámbito de la fe, las apariencias no cuentan. Por esta razón, si alguien quiere ser grande, que aspire a la grandeza interior, la que se expresa mediante el servicio. Alguien dijo: «Esta es la verdadera grandeza: servirle sin que nadie hable de nosotros, y trabajar para Él sin que nadie nos vea».
Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve. (Lucas 22:27)
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