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Semáforo en rojo



A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia (Deuteronomio 30.19 RVR60)


Si el semáforo está en rojo, la fila de vehículos se detiene para dejar pasar a la otra fila. Y cuando está en verde, cada uno se lanza por el camino así abierto. Todos sabemos que si uno pasa cuando el semáforo está en rojo, es muy probable que ocasione un accidente.


El camino sobre el cual usted y yo somos lanzados, también está lleno de señales de advertencia. Dios mismo las coloca a lo largo de ese camino. Sabemos bien que si persistimos cuando nuestra conciencia clama: «Lo que haces está mal», pasamos un semáforo en rojo y las consecuencias pueden resultar gravísimas, por ejemplo, para nuestro hogar. Ahora le pregunto, en aquellas ocasiones en que Dios le habló a través de su evangelio para que usted se detuviera y escuchara aquel mensaje divino, ¿usted lo hizo?


En su Palabra dice: «Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (Hebreos 9.27 RVR60); esto significa que después de que morimos, ya no hay segundas oportunidades. Deténgase y confiese sus pecados a Dios; porque si usted prosigue su camino haciendo caso omiso a la voz de Dios, es lo mismo que pasar un semáforo en rojo, es decir, usted estará poniendo en peligro su vida, no por los años que le quedan de vida, sino por toda una eternidad una vez que muera.


La alternativa es el semáforo en verde que nos dice: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna»; mientras que el semáforo en rojo dice: «pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él» (Juan 3.36 RVR60). No siga ignorando aquella luz de advertencia, porque podría costarle la vida.


Y para nosotros los que ya hemos hecho caso de aquella advertencia, debemos ser cuidadosos de poner atención a todas las otras advertencias que Dios nos da en su Palabra, advertencias llenas de amor, de nuestro Padre celestial y de nuestro Salvador, Jesús.


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