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Se humilló a sí mismo



 

Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. (Lucas 2:6–7)

 

En la Biblia se nos dice que el Dios creador se hizo hombre para venir a este mundo. Filipenses 2:7, nos dice que: «se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres». Podría haber venido a la tierra no como un recién nacido, sino aparecer súbitamente como un hombre de prestigio, con los signos de honor que se debe a los más grandes personajes. Pero no lo hizo, pues voluntariamente nació en pobreza.


Para que Jesús naciera en Belén, tal como había sido anunciado con siglos de anticipación (Miqueas 5:2), Dios se sirvió del hombre más poderoso de la época, el emperador romano, quien ordenó un censo. También, por medio de este censo –que finalmente sucedió más tarde–, el Hijo de Dios no nació en la casa de un carpintero, por más humilde que fuera, sino que lo hizo en un establo con un pesebre por cuna (Lucas 2:7).


Estamos tan acostumbrados al relato de este nacimiento tan extraordinario que no nos conmovemos como deberíamos al contemplar lo que se nos describe. Al mismo tiempo, esta escena ilustra el estado moral del mundo que el Señor vino a salvar: un mundo egoísta que no tiene lugar para viajeros cansados ni para una mujer a punto de dar a luz. Es una escena que se reprodujo innumerables veces en la historia de la humanidad, particularmente entre los millones de desplazados y refugiados que hay en el mundo actual. Pero volviendo al punto anterior, Dios vino a salvar a sus criaturas, sin embargo, nosotros le dimos la espalda. Bien lo dice el apóstol Juan: «En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron» (Juan 1:10–11).


Para liberar a dicho mundo, Dios, en la persona de su Hijo Jesús, se humanó. Hermanos, que este milagro no deje de conmovernos, sino que cada vez que leamos en su Palabra lo que el Señor hizo por nosotros, es decir, cómo se humilló por criaturas pecadoras que iban de continuo solamente al mal (Génesis 6:5), nos maravillemos y nos conduzca a adorar al trino Dios.


Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto. (Deuteronomio 32:4)


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