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Santidad, el estándar de Dios




Buscad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. (Hebreos 12:14 LBLA)


Es triste que los cristianos adaptamos las Escrituras a nuestra conveniencia. En el versículo de más arriba nos dice que aquel que no viva una vida de completa santidad, no podrá ver al Señor. Sin embargo, nosotros ponemos el amor de Dios por sobre su santidad, como si eso fuera siquiera posible de hacer. Un atributo de Dios, no anula al otro, es decir que, el amor de Dios no es más que su santidad y viceversa. Y no porque Dios nos ame pasará por alto su propia santidad, pues o si no, Él no sería perfecto como es.


En su Palabra vemos que Él nos llamó a una vida de santidad, tal como nos dice Pablo en la epístola a los Efesios: «según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él» (Efesios 1:4). Al usar la preposición «para», nos está dando la razón por la cual nos escogió desde antes de la fundación del mundo. Y podemos ver que Dios claramente expresó que nos escogió con el propósito de que fuésemos santos y sin mancha alguna delante de Él. Por eso es que el apóstol Pedro repite las Palabras de Dios dichas en el pentateuco: «sino como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo» (1 Pedro 1:15–16).


Nosotros no debemos parecer santos ni sonar como si fuéramos santos, sino que se nos llama a ser santos en toda nuestra vida. Su Palabra nos dice: «Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación» (1 Tesalonicenses 4:7). Del mismo modo, en su Palabra no se nos dice que seamos santos únicamente cuando estamos en la iglesia local o cuando estamos con otros hermanos en la fe, no, sino que Dios demanda de nosotros una santidad absoluta, completa, esto es, que toda nuestra vida debe ser santa, porque nuestro estándar de santidad es Dios mismo. Mis hermanos, cuando el Señor Jesús nos juzgue en su tribunal (Romanos 14:10), el estándar de medición no va a ser el pastor o el hermano o la hermana x, sino que con quien se nos comparará es con el mismo Señor Jesús. Él es nuestra vara de medición, por lo tanto, si no cumplimos con ese estándar, sufriremos pérdida (1 Corintios 3:12–15).


Entonces, reitero lo que decía al principio, ¿cómo pretendemos que Dios, que es tres veces Santo, que no tolera siquiera mirar el pecado (Habacuc 1:13) y que nos dio mandamiento explícito de vivir de manera santa en esta tierra; nos reciba con los brazos abiertos cuando estamos llenos de mundanalidad y llevamos vidas carnales cargadas de pecados? 

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