Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. (Romanos 12:1–2)
Dijo un hermano: «Unos cuarenta y cinco años atrás conocí a Angus y Emma Brower, misioneros pioneros en África. Cuando vi la presentación que hicieron en diapositivas y hablé con ellos, pensé que eran personas que verdaderamente habían colocado sus cuerpos en el altar para Dios».
Aunque admiremos la abnegada dedicación de personas como ellos, no debemos olvidar que las palabras de Romanos 12:1–2, están dirigidas a todos nosotros. Nuestra dedicación para servir a Dios comienza con un compromiso personal, decisivo y para toda la vida con Él. Pero, de la misma manera que cumplir los votos matrimoniales requiere recordatorios constantes y nuevos compromisos, dedicarnos al Señor implica refrescar a la mente y corazón, cada día y a cada momento, acerca de la promesa que hemos hecho. El Señor dijo:
Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. (Lucas 9:23)
Estos recordatorios son necesarios porque el sistema del mundo apela implacablemente a nuestro egoísmo y orgullo inherentes al hombre de pecado. Satanás a menudo busca que dejemos de lado el servicio a Dios, para dar lugar al autoservicio. Sin embargo, por medio de la obediencia y de una actitud de sumisión continua a Dios, nuestros corazones y vidas serán transformados por el poder de Dios. Y entonces sabremos, con una seguridad que vine del Espíritu Santo, que la voluntad de Dios es «buena, agradable y perfecta» (v.2). Y esto nos capacita para vivir con confianza, gozo y sacrificio.
No obstante, ¿somos un sacrificio vivo para Dios?
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