Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento. (Mateo 9.13 RVR60)
Siempre podemos aprender mucho acerca de cualquier tema al mirar el ejemplo del Señor. Por ejemplo, si de testificar se trata podemos mirar el encuentro entre el Señor y la mujer samaritana que encontramos en el evangelio de Juan 4.5–26. En este encuentro, podemos ver que el Señor ignoró todas las normas sociales al hablar con una samaritana, siendo él judío. Durante la conversación, salió a la luz la vida que esta mujer había llevado, dándole pie al Señor para condenarla, no obstante, Él no lo hizo.
Algo similar pasó con la mujer que le trajeron al Señor, la cual fue atrapada cometiendo adulterio, relato que encontramos en Juan 8.1–11. Aquellos que trajeron a la mujer querían que el Señor la condenara, pero leemos que:
Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más. (Juan 8.10–11 RVR60)
El escritor Paul Little señala que a diferencia del Señor Jesús, nosotros los creyentes estamos muy prestos a condenar a otros. Este autor escribe: «A menudo tenemos la idea equivocada de que si no condenamos cierta actitud u obra, la estamos apoyando». Y añade: «No solo debemos evitar condenar a la gente, sino que tenemos que aprender el arte del legítimo cumplido».
Para ilustrar esto del «arte del legítimo cumplido», Little contó el encuentro que tuvo otro escritor cristiano llamado Charles Trumbull con un borracho en un tren en el que viajaba. En aquel tren se subió un hombre borracho diciendo malas palabras, tambaleándose mientras caminaba, y se sentó junto a él. Entonces, aquel hombre le ofreció un trago de su botella. Trumbull no condenó al hombre por su condición, en lugar de eso, le dijo: «No, gracias. Veo que usted es muy generoso». Los ojos del hombre se iluminaron. Mientras conversaban, escuchó hablar de aquel (el Señor Jesús) que ofrece el agua de vida, la cual sacia la sed, satisface el alma y el corazón. Posteriormente, el hombre entregó su vida a Cristo.
Así que, mis hermanos, la próxima vez que evangelicemos a alguien, recordemos la eficacia de hacer un cumplido sincero, evitando el condenar a la persona con la que estamos hablando; porque bien dijo el Señor:
Respondiendo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento. (Lucas 5.31–32 RVR60)
Así como un médico no debe condenar, juzgar o criticar a su paciente, sino que debe ofrecerle una atención digna, y sobre todo, un remedio para su problema. Del mismo modo deberíamos actuar nosotros, tal como lo hizo el Señor Jesús.
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