Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento. (Eclesiastés 12:1)
Al amanecer la gente se despierta y comienza el ajetreo. Cada uno se levanta y sigue su rutina: toma el desayuno aprisa mientras oye las noticias o revisa las RRSS. Si se vive en la ciudad, hay que tomar el bus o el tren para llegar a tiempo a una cita importante, pero están los semáforos y los atascos. Así es cada mañana; eso sin mencionar los imprevistos, los problemas de salud, etc. Por eso es necesario salir con tiempo. Hoy más que nunca, la vida transcurre a un ritmo acelerado. Los años pasan y pronto llegamos a la vejez, si es que llegamos. Bien dice su Palabra en Salmos:
Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos. (Salmos 90:10)
Pero ¿qué hay de su relación con Dios? Los que somos creyentes, debemos reservar momentos del día para estar en la presencia del Señor, para orar, leer y meditar en su Palabra. Es necesario que tengamos una estrecha relación con Él, la cual debe ser permanente y de confianza. Así nuestro temperamento será más sereno y nuestro testimonio más convincente. Debemos hacer lo que decía el salmista: «Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti» (Salmo 63:1).
Mis hermanos, puede que nuestras vidas sean muy activas, tal vez muy exitosas en la tierra, sin embargo, vivir así no nos acerca a Dios, sino que nos aleja de Él, pues estamos afanados como Marta con los quehaceres de esta vida. ¿Dios forma parte de nuestras vidas? ¿O solo vivimos como los inconversos? Revisemos nuestra rutina diaria, pues es necesario que Dios sea el centro de ellas.
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