Con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. (Habacuc 3:18)
El conocimiento de Dios es como la claridad que llega después de la noche. Y así como un ciego de nacimiento no sabe lo que le falta porque nunca ha visto la luz; del mismo modo es el hombre que vive sin Dios, ignora la vida de la cual se priva. Tal como dice Pablo a los efesios: «Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo» (Efesios 5:14).
Con nuestro deseo de obtener cada vez más, a menudo nos perdemos lo mejor. ¡Cuánto más cumplamos la voluntad de Dios, tanto más sabremos discernirla! Por eso dijo el Señor: «Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:33).
La Escritura habla poco del cielo. Pero lo que nos dice de él, es que estaremos allí donde el Señor Jesús está. Nuestro Señor nos quiere tener con Él, y esto le basta a alguien que lo ama. Porque si Cristo está allí, su presencia define el lugar y, por tanto, satisface todas las necesidades. Bien dijo Él: «Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Juan 14:3).
Las epístolas fueron escritas en un período muy turbulento de la historia del mundo. Sin embargo, ninguna de ellas —sean de Pablo, de Pedro o de Juan— hace la menor alusión a los acontecimientos políticos que se desarrollaban en el mundo en ese tiempo. Es una prueba más de que la iglesia es extranjera en la tierra. Su vocación es celestial. De ahí las palabras del apóstol Pablo a los filipenses: «Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo» (Filipenses 3:20).
Dios no es una garantía contra las tempestades de la vida, es decir, que los creyentes no atravesaremos momentos de dificultad mientras estemos aquí, sino que es una perfecta garantía en medio de las tempestades de la vida. Su promesa es: «Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo» (Isaías 41:13).
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