Alexis Sazo
Refinados por Dios

Sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego. (1 Pedro 1:7)
Cuanto más puro sea un metal precioso, más grande es su valor. En la naturaleza, la mayoría de las veces estos metales se encuentran bajo una forma compuesta o asociados a otros materiales menos nobles. Por eso el oro y la plata son sometidos al proceso de refinación y fundidos a altas temperaturas. Esta operación permite separar los diferentes elementos, preciosos o comunes, para así purificar el metal precioso.
La Biblia utiliza esta imagen en varias ocasiones. Dios, muchas veces, nos somete a una prueba para poner en evidencia lo que es para su honra y lo que no lo es. Esas pruebas pueden ser dolorosas, pero serán provechosas en la medida en que comprendamos que Dios quiere acercarnos a Él y quitar de nuestra vida todo lo que no concuerda con las exigencias de su santidad. Nuestro problema es que no siempre estamos dispuestos a ver las cosas de esta manera, ni a recibir con gratitud y gozo la prueba enviada por Dios. Recordemos lo que dice en Santiago:
Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. (Santiago 1:2–3)
La imagen de la refinación también es empleada en relación con la Palabra de Dios, las cuales son comparadas a la «plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces» (Salmo 12:6). Es más, el Señor Jesús mismo, quien vino como hombre a la tierra, era perfectamente puro y santo. Podía decir a Dios: «Tú has probado mi corazón… me has puesto a prueba, y nada inicuo hallaste; he resuelto que mi boca no haga transgresión» (Salmo 17:3). Todos los sufrimientos a los cuales Cristo fue sometido no hicieron más que confirmar su pureza perfecta.
¡Bendito sea Dios por habernos dado tal Salvador!